El sector ha entrado en la clásica fase del verano en la que todo se adormila un poco y funciona a medio gas. Unos con las vacaciones en puertas y otros metidos de pleno en ellas invocan su derecho al descanso, al disfrute del tiempo sin subordinaciones al reloj ni a las obligaciones cotidianas. Es la época del soltar amarras y rendirse al sol de la indolencia y a los placeres de la libertad que brinda el período de prolongado asueto y viva la vida.
Este cambio temporal de hábitos, ésta inmersión un tanto efímera en un universo de ocio, diversión y relajamiento general no nos debe tapar la visión de lo que se avecina al retorno del estío. Hemos entrado en una etapa preocupante en materia económica que ahora ignoramos deliberadamente mientras nos damos el consabido chapuzón. Pero en la empresa, en el puesto directivo, en la mesa del trabajo vendrá septiembre y se impondrá el cargar las baterías para afrontar los problemas y tratar de darles las soluciones adecuadas. Tumbarse al sol del verano por descontado que sí, lo que no implica perder de vista la recuperación de la fuerza y la voluntad suficiente para encarar el ciclo que viene con las energías precisas y la mente despierta para actuar con la celeridad requerida. De lo contrario si no enfocamos el asunto con sentido previsor puede que nos vayan mal dadas.
Vía libre para el solazamiento y la siempre imprevisible y en algunos casos reparadora aventura del verano. Con la naturaleza puesta a nuestro alcance para saborearla y amarla. Lo que no significa descuidar el cargar las baterías. Porque corremos el riesgo de no arrancar. Y éso, en septiembre, sería fatal.