Vuelve la estampa de la pobre máquina del bar silenciosa, sin música. La máquina que es testigo del descenso a los infiernos de la hostelería y el recreativo, un dúo que hubo un tiempo que funcionó bien y ahora está maltratado por diversos factores, entre ellos una oferta de juego desbocada que está dejando a la maquinita del bar de la esquina sin aliento, huérfana de monedas.
Es una imagen que viene repitiéndose desde la pandemia y que no tiene visos de mejorar. La hostelería, la pequeña empresa del bar o la cafetería, está tocada desde entonces y los síntomas de recuperación no se vislumbran. Sucede todo lo contrario: la baja del consumo es progresiva. Pedir con semejante panorama que la máquina funcione, tenga alegría y contribuya como antaño hizo a tapar agujeros es una quimera. Cada vez son más los parroquianos que se guardan el eurito que sobró del almuerzo o el desayuno y dan la espalda a la máquina. Y cada vez son más los que le dan esquinazo por el simple hecho de encontrar mayores alicientes y recompensas en otros locales.
La máquina del bar, el simpático y bien equipado artilugio del que se desprenden sonidos, músicas y tintineo de monedas que nos son familiares por haberlas escuchado en múltiples ocasiones está en cuidados intensivos, falta de fuelle, carente de energía.
¿ Hay solución para que la máquina del bar deje de ser un testigo casi mudo del entorno hostelero ? No soy augur y desconozco la solución. Fabricantes y operadores son los llamados a aportar soluciones para que la máquina resurja y no la enterremos. Sin olvidarnos que las administraciones tienen su grandísima culpa por su descontrolada voracidad recaudatoria.