Hubo un tiempo ya lejano en el que la lectura de los boletines oficiales autonómicos deparaban alguna que otra alegría al juego. Daban cuenta de novedades en los reglamentos que permitían al sector ir avanzando poco a poco, creciendo, dotando de más músculo a sus empresas y fomentando con ello el aumento del empleo. Las administraciones eran conscientes de que había que aflojar los férreos dogales que constreñían la actividad para insuflarle aire y facilitar su desarrollo.
Aquélla predisposición destinada a superar viejos tabúes y conferirle al juego un tratamiento de cierta normalidad pasó a mejor vida. Las lecturas de los diarios oficiales cuando informan sobre disposiciones o decretos giran todas sobre un idéntico eje: restringir, restringir y restringir. No existen apenas diferencias en los textos regulatorios que son unos calcos de otros e inciden sobre los mismos puntos. Una revisión generalizada de lo que se publica indica una pertinaz obsesión contra el juego que se transmite entre territorios y cuya finalidad única es prohibir.
Una situación como la descrita pone de manifiesto hasta que grado es influenciable la clase política. Y que escasa personalidad, que poco talento y que falta de ideas adornan a la mayoría de sus representantes. Que en el caso concreto del juego se mueven y actúan al son que marca una ideología extrema, populista y montaraz que vive del efectismo y la demagogia. Pero que todos siguen por cobardía y carencia de agallas para sobreponerse a sus dictados. En lo que respecta al juego y las políticas a aplicar aquí la mayoría de los que manejan el boletín oficial, desgraciadamente, juegan la misma carta. Esto es un claro exponente de que en que manos estamos.