Sólo el hecho de tener que referirme por imperativo profesional a las barrabasadas ideológicas de los podemitas me provoca nausea. Cada día llegan noticias de las leyes o proyectos normativos que a través de los gobiernos estatal y autonómicos y municipales plantean los miembros de una formación política que si por algo se distingue es por su nula preparación para gestionar, por su sectarismo y su ignorancia. Y por actuar tan sobrados de soberbia como subordinados a unas tesis ideológicas que son el fiel reflejo de un colosal fracaso histórico.
Lo de los podemitas con el juego privado entra dentro de la fijación mental más retorcida. Han hecho del tema una causa política basada en el ataque feroz sin argumentos sólidos, en la instigación del ocio hacia la actividad, en la manipulación de una realidad a base de tópicos y mentiras.
Lo último de Granada es tan delirante como intolerable. El grupo municipal pretende restringir el número de casas de apuestas. No satisfecho con ésta propuesta solicita un mayor gravamen del IBI específico para éstos locales. Y para rematar la faena quiere incentivar a los bares que no tengan máquinas recreativas. Todo ello para combatir el juego patológico que, según su criterio, sufren miles de familias.
El grupo socialista del Ayuntamiento de Granada parece que les ha dado una larga cambiada aduciendo que éstas son cuestiones que corresponde dirimir al gobierno autonómico. Más allá de un nuevo delirio podemita lo que subyace aquí es que éstos tipos y tipas están cruzando un día sí y otro también una serie de líneas rojas con total impunidad. Y lo tremendo del asunto es que perpetran sus desmanes o intentos sin que sus compañeros de viaje reaccionen con la debida contundencia. Antes al contrario, los jalean. Y mientras la mayor parte del país asiste al espectáculo medio adormecido. Tristísimo.