La noticia la recogimos en nuestra publicación. Y la prensa nacional la ha dado con pelos y señales. Es el caso de la señora que compra un boleto de la ONCE se lo regala a su hija y le tocan 400.000 euros. El marido de la agra ciada se persona para cobrar el premio y le dicen que no, que no sueltan ni un euro por que al presentar su documento de identidad se percatan de que el interesado está inscrito en el Registro General de Interdicciones de Acceso al Juego ( RGIAJ ). Hasta aquí la historia, que tiene atribulada y en fase de ansiedad a la ganadora que ya veía un cambio sustancial en su vida.
En principio no entiendo muy bien la razón por la que la afortunada no es la que acude personalmente a recibir el importe premiado. Y luego tampoco acaba de entrarme en la cabeza la candidez del caballero en cuestión que, siendo consciente de su condición de adicto o ex al juego, se presenta para llevarse los cuatrocientos del ala.
En cualquier caso sigo con el embrollo mental. La ONCE no pide a nadie que se identifique a la hora de adquirir su extenso catálogo de productos. No impone ningún tipo de control para que cualquiera, incluidos adictos, adolescentes o jóvenes compren sus cupones, rascas y demás. Sin embargo a la hora de soltar la tela sí exigen la exhibición de credenciales y entonces actúan en consecuencia como en el caso que nos ocupa.
Contemplado el asunto con un mínimo de objetividad lo de la ONCE es de una jeta durísima, granítica, de mármol tridentino. Para vender sin complejos, a quién sea y como sea. Y para pagar hacer uso de todos los requisitos antes de abonar un euro. O de reembolsar 400.000 que no son moco de pavo. ¿ Estos son los solidarios ? Pues vaya jetas que nos han salido.