Estamos a las puertas de elecciones autonómicas y municipales que afectan a la mayoría de territorios. El significado de la convocatoria es tener que aguantar el aluvión de propaganda política muchas veces difícilmente digerible por aquéllo que de lo dicho al hecho hay un largo trecho. Pero no queda otra que armarse de paciencia y aguantar las cientos de promesas de mejora que se airean en una cita de éstas características y que con posterioridad tienen el grado de cumplimiento que uno se imagina, que no es mucho.
Pasando al terreno específico del juego las épocas en que tocan a rebato para ir a las urnas no suelen ser buenas para la industria, antes al contrario: suponen un parón administrativo que se prolonga mucho más tiempo del debido.
Mucho antes de la fecha elegida para la votación las administraciones entran en fase ralentizada. Los expedientes, si es que se tramitan, lo hacen a un ritmo más lento del habitual que ya es decir. Una vez celebrados los comicios hay que guardar el paréntesis del nombramiento del gobierno de turno. Cuando éste se produce si el responsable elegido para asumir las competencias en materia de juego es nuevo en el cargo hay que darle el período de cortesía preciso para que se familiarice y aprenda las primeras lecciones. Esa fase puede prolongarse por espacio de unos meses.
La conclusión, y el juego ya lo sabe y lo asume con resignación, es que el año en curso puede darse por perdido para la industria en lo que respecta a que se atiendan sus reivindicaciones y se pongan en marcha iniciativas capaces de reactivar los negocios en la forma que necesitan. Hay que olvidarse por completo de cualquier avance tras el avatar electoral Entramos por derecho en un período en blanco que, en ocasiones, resulta más positivo que en temporada de plena función oficial en la que al juego se le acumulan los golpes reglamentarios. Siempre directos a la mandíbula de la economía de las empresas. Por eso, mejor que no pase nada.