Es toda una genialidad. Una idea deslumbrante. La solución que ayudará a llenar la cesta de la compra a precios muy ventajosos para las economías domésticas. Se acabaron por tanto los grandes monopolios de la alimentación, los que se forran con el sudor de la frente de los demás. La gran solución, el milagro hecho realidad está en los supermercados públicos, controlados por los funcionarios del partido y con un comisario político encargado de espiar a los empleados y a los clientes para que así nada escape a la mirada escudriñadora de papá estado.
Para los supermercados públicos no harán falta ni las tarjetas de crédito ni el dinero contante y sonante. Serán de obligado cumplimiento la utilización de las cartillas de racionamiento, expedidas a través de la oficina del partido y previa la exhibición del carnet que acredita la pertenencia al mismo. Los que no cumplan dicho requisito tendrán que buscarse la vida o recurrir al estraperlo para agenciarse medio kilo de alubias o uno de patatas. Los artículos considerados de lujo, léase solomillo de ternera, chuletón de vaca o merluza del norte serán suprimidos de los supermercados públicos por considerarse un vestigio condenable del capitalismo feroz y excluyente.
Los funcionarios de éstos establecimientos, seleccionados por oposición entre los más pelotas de los que mandan, trabajarán solamente tres días a la semana al objeto de que en su jornada laboral puedan atender solícitamente a los clientes. Exigiéndoles previamente a la operación compra, el carnet del partido y la cartilla de racionamiento. Cualquier intento de falsificación o uso indebido de éstos documentos serán duramente sancionados.
Para que todo funcione a las mil maravillas será imprescindible hacer cola en los supermercados públicos: para entrar y adquirir los distintos productos todo se hará mediante riguroso turno. El comisario controlara que nadie se lleve más pan del fijado ni más boquerones o sardinas de las que tocarán por decreto. El sentido igualitario primará sobre todo.
De pronto me desperté de la horrible pesadilla. Que no sé si sucedía en Cuba, en Venezuela o en la Rusia de papá Stalin. ! Vaya susto !