Leo en un medio que un político que ejerce como diputado autonómico pretende plantear la supresión de las máquinas en los bares. No digo el nombre por no hacerle publicidad a semejante mentecato. Argumenta el tipo en cuestión, sin apoyarse en ninguna conclusión contrastada, que las máquinas en hostelería contribuyen a la ruina de las familias necesitadas y al fomento de la adicción al juego. Recurre por tanto a la cantinela demagógica que utilizan los activistas de la cosa cuya filiación ideológica tenemos claramente identificada.
Partiendo de una mentira de grueso calibre, hinchando hasta extremos inusitados la perniciosidad del asunto — que debe enmarcarse en sus justos términos — el personaje de marras pretende cargarse alrededor del treinta o cuarenta por ciento de la hostelería que vive gracias a la ayuda prestada por las recaudaciones de la máquina. Lo que denota bien a las claras que éstos tíos, y tías que también las hay, cuando se trata de satisfacer su ojeriza patológica contra el juego no se paran en barras. Nada importa si la medida contribuye al empobrecimiento y clausura de cientos de negocios y la pérdida de empleos. Les importa un rábano que se vayan a pique bares modestos y familiares que salen a flote a base de muchas horas de curro y jornadas de trabajo que desbordan las manecillas del reloj. Ellos a lo suyo y ajenos al desaliento reiteran su voluntad de demonizar al juego y tratan de socavarlo recurriendo a la falacia y el tremendismo argumental.
España sigue siendo uno de los países de Europa con porcentaje más bajo en cuanto adictos al juego que merezcan ser tratados. Este hecho lo determinan los estudios médicos elaborados al efecto. Nada de ésta realidad afecta o modifica la postura de la gentuza cuya función prioritaria no es otra que tirar mierda sobre el juego para ir minando sus espacios de desarrollo. Lo de las máquinas en los bares es propio de elementos fanatizados que están incapacitados para desempeñar un cargo público. Entre otras razones por sus débiles entendederas y sus muchos prejuicios. De su capacidad para el trabajo no hablamos. No conocen el vocablo.






