Estoy metido en el sector alrededor de cuarenta y cinco años. Y desde el minuto uno me involucré de manera muy particular y acentuada con el bingo. Tanto es así que creé la primera revista dedicada a la modalidad que llevaba el nombre de una asociación: EJUVA, posteriormente reconvertida en SECTOR.
Del bingo he vivido en primera persona múltiples vicisitudes asociativas y empresariales. He sido testigo directo de sus grandes acontecimientos y de sus grandes disputas. He tenido acceso a informaciones privilegiadas que en modo alguno podía divulgarse por tratarse de asuntos delicados. Y, lo más importante en mi caso, he gozado de la amistad efusiva y sincera de algunos de sus principales protagonistas, empresarios y profesionales, y también representantes de las administraciones que me trataron con exquisita deferencia.
Debido a tan sólida y duradera vinculación con el sector más de un amigo me invitó a escribir la historia del bingo. O para no ser tan grandilocuentes y pretenciosos para escribir un relato novelado que recogiera como fue el arranque de la actividad, quienes se erigieron entonces en sus principales protagonistas y salpicar todo ello con anécdotas y curiosidades, que las hay y muy de variada condición, capaces de conferir amenidad e interés a la obra en cuestión.
La propuesta tenía su enjundia y resultaba tentadora. El bingo, sus salas emblemáticas, sus gestores de primera hora que contribuyeron y mucho a poner los cimientos del sector, los contactos con una administración en principio esquiva y poco amiga de facilitar las cosas, las luchas para reducir la tremenda presión fiscal. Había material más que abundante para ir recopilando capítulos dando cuenta del devenir de la actividad.
Bingo, un universo de pequeñas emociones, de salas que han sido escenarios de múltiples avatares, de empresarios en lucha que pelearon lo indecible por darle al sector dimensión y categoría, de asociaciones involucradas en la defensa de unos intereses muchas veces maltratados. Todo un mundo que debería ser objeto de un relato apasionante. Que está pendiente de la intervención de una pluma lúcida y aguerrida. El tiempo mío, y conste que lo siento, pasó ya. Una pena y una verdad.